Pioneros: Teniente Luis C. Candelaria - “El Paso de los Andes. El sueño de Jorge Newbery realizado"

En la Sala General del Museo del L.A.M. contamos con un espacio dedicado a recordar a los y las pioneras de la aviación argentina.Un conjunto de fotografías enmarcadas se constituyen en el marco evocativo de los mismos.

En ésta ocasión, quisiéramos recordar al Teniente Luis Candelaria, quién logro unir las localidades de Zapala (Argentina) y Cunco (Chile), en un avión Morane-Saulnier Parasol de 80 caballos de fuerza, el 13 de abril de 1918, en un tiempo de vuelo de 2 horas y 30 minutos, alcanzando los 4.000 msnm.

 El gobierno de la nación argentina le dio el título de Aviador Militar por dicha hazaña.

El Aeropuerto Internacional Teniente Luis Candelaria es el Aeropuerto Internacional de San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro, Argentina, lleva el nombre de éste piloto argentino que cruzó la cordillera de los Andes por primera vez en el año 1918, considerándose una hazaña para la época.

En la ciudad de Zapala la escuela primaria N°3 lleva el nombre del Teniente aviador Luis Candelaria.

A pesar de que falleció en San Miguel de Tucumán, en esta ciudad descansan sus restos, respetando los deseos del Teniente Candelaria. Su tumba tiene grabada la inscripción "13 de abril de 1918".


Luis C. Candelaria fue incorporado al Ejército y siendo teniente de Ingenieros ingresó al IV curso de la Escuela de Aviación Militar que funcionaba en El Palomar, donde inició el aprendizaje en setiembre de 1916, obteniendo el brevet de piloto internacional en septiembre de 1917.

El monoplano Morane Saulnier había sido donado en 1915  por las damas mendocinas a la Escuela de Aviación Militar.

Para este cruce, muy destacada fue la actuación del mecánico Miguel Soriano y los aprendices Juan Valentini y Ramón Jimenez, tanto en el armado como desarme del avión, arreglos y mantenimiento. Sin problemas y viajando en el mismo tren con el avión desarmado, llegaron a Zapala el 5 de abril de 1918 a las 11.30. Por la tarde de aquel día eligió “un pequeño espacio de terreno para pista en el linde norte de la población”.
Mecánico y ayudantes instalaron el hangar de lona desmontable y con peones contratados se limpió y arregló la pista.
El viento comenzó a demostrar su presencia; el mayor problema para los preparativos del cruce cordillerano y para él mismo.
“Dos cajones de nafta y uno de ricino” serían el combustible a emplear.
La cordillera del Chachil estaba a la vista y constituía el desafío.

Los habitantes zapalinos vivían el asombro del pájaro mecánico que imitaría el vuelo de águilas y cóndores tan habituales en la zona, sin imaginar el principal protagonismo que el futuro les incorporaría como testigos para la historia de la aviación en la Patagonia.
Armado el avión por Soriano y aprendices ayudantes llegaron los vuelos de prueba. La hélice era de madera argentina, petiribí, construida en los talleres de la Escuela de Aviación y el “rotativo Rhone 80 HP cuyo juego de bielas y pistones también de construcción nacional (Casa Mariscal Hnos) y de los nueve cilindros que tiene en uso el avión, sólo seis le son propios”.
Llegó el día.
“Los tanques cargados para cuatro horas de vuelo (130 libros de nafta y 36 litros de aceite de ricino” y, además, “en el cajón trasero herramientas para las reparaciones más inmediatas, repuestos indispensables,el famoso mapa de Ludwig, un buen barógrafo registrador en marcha con su cinta barográfica y un pequeño botiquín. Frente al asiento: reloj contador de revoluciones, altímetro y brújula”.
No tuvo termómetro.
El 13 de abril de 1918 surgió la decisión. Había nevado.
El aparato estaba en la pista, Candelaria no escuchó consejos de postergar la partida. Probó el motor. Satisfecho.
Al oído le dijo a Soriano: “Buscame en la cordillera”, eran las 15.30.
Fueron apareciendo las elevaciones cerro Canzino, su similar Carrere en la cordillera del Chachil, lago Aluminé y cerro Pichilloncolo.




Vio el volcán Llaima con “columnas de humo” y luego del cruce cordillerano, ya en Chile, lagos Icalma y Hueyeltue, Sierra Nevada y cordillera de Irrampe.
En algunos momentos voló a más de 4.000 metros de altura.
Buscó lugar para aterrizar.
Divisó un caserío “entre bosques y pequeños charcos de agua”.
Comenzó a volar en círculos y decidió el aterrizaje en “terreno que resultó pequeño y limitado por un arroyo barrancoso a la izquierda”, llevándose por delante un corral que “cedió rompiéndose sus maderos y la hélice con estruendo, mientras que el Parasol en obligada acrobacia, se daba vuelta en el aire”.
Tuvo suerte: algunos rasguños en las manos y “dolorida la rodilla derecha que le sangraba”. Se hicieron presentes un carabinero y un misionero y estrechó la mano de Eustaquio Astudillo preguntándole donde estaba: “En Cunco, señor”. Desde Zapala, con su primer avión y piloto, la travesía de los Andes se había concretado.

Al regreso a Buenos Aires por tren y desde estación Retiro fue llevado en andas hasta el Círculo Militar donde se lo agasajó.
Las más destacadas publicaciones periodísticas del país se refirieron a la hazaña aérea de Luis C. Candelaria, lo mismo que otras como “Flores del Campo” de Viedma que en edición de 18/4/1918 expresaba

“El Paso de los Andes. El sueño de Jorge Newbery acaba de ser realizado.
Un teniente de nuestro ejército, Luis C. Candelaria, ha recorrido la ruta estupenda, consumando una hazaña realmente magnífica: la tentativa malograda de varios animosos antecesores.
La emocionante aventura produce en todas partes la impresión consiguiente.
Se considera que el raid del teniente Candelaria constituye una de las páginas más bellas, si no la más bella, de cuantas han llenado hasta aquí los conquistadores del aire en su noble afán por alzar el dominio del hombre hasta el seno majestuoso de lo inaccesible”.


Bibliografía:
Revista Zapala 8340. Recuperado 20.12.2020

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